Cuando Cypress Hill lanzó Black Sunday en julio de 1993, la Costa Oeste ya estaba cambiando las reglas del rap. Un año antes, Dr. Dre había convertido el G-funk en fenómeno mundial con The Chronic, y Snoop estaba a punto de soltar Doggystyle. El gangsta rap dominaba titulares y listas, odiado por unos, venerado por otros. Pero Cypress Hill se movía en otra frecuencia. No eran gangstas al uso, aunque su música respiraba amenaza; tampoco eran políticos al estilo de Public Enemy, aunque cargaban con un peso cultural enorme. Lo suyo era distinto: un viaje denso, oscuro y lleno de humo donde el hip-hop se mezclaba con identidad latina y un culto descarado a la marihuana. La voz nasal y paranoica de B-Real, los coros graves de Sen Dog y las atmósferas alucinadas de DJ Muggs construyeron un universo sonoro mitad barrio, mitad sesión de humo, mitad fiesta callejera. Black Sunday no fue solo un disco: fue la atmósfera que resonó entre raperos de pura cepa, adolescentes de suburbio y activistas cannábicos por igual, convirtiéndose en un puente entre el underground y el mainstream sin perder autenticidad.

La creación de Black Sunday fue tan meticulosa como orgánica. DJ Muggs, arquitecto del sonido, tiró de rock psicodélico, soul polvoriento y funk olvidado, triturando todo con bajos demoledores y órganos fantasmales que parecían sacados de una película de serie B. A diferencia de otros productores de la Costa Oeste empapados en grooves de Parliament-Funkadelic, Muggs apostaba por lo sombrío, lo extraño, lo hipnótico.

El disco se grabó en Los Ángeles, con B-Real y Sen Dog escribiendo versos en sesiones eternas y nubladas de humo. No hubo grandes colaboraciones: Cypress Hill era un ecosistema cerrado, con química de acero. El productor T-Ray aportó beats en “I Ain’t Goin’ Out Like That” y “Cock the Hammer”, dando un filo extra al sonido cinematográfico de Muggs. Incluso el arte del disco —cráneos, cruces, tipografía gótica— reforzaba la idea de rito iniciático: más que canciones, Cypress estaba construyendo un mito.

El álbum abre con “I Wanna Get High”, un mantra de dos minutos que funciona como invocación. Entre órganos lúgubres y un hook casi litúrgico, no es solo un himno al cannabis: es una declaración de principios. Luego llega “I Ain’t Goin’ Out Like That”, pura rabia con la que rozaron un Grammy. Sobre la base guitarrera de T-Ray, B-Real dispara barras afiladas mientras Sen Dog entra como un eco grave que martilla. Es un recordatorio: Cypress podía sonar tan crudos como cualquier pandillero angelino.

Y entonces aparece “Insane in the Brain”, la joya absoluta. Ese sample de trompeta convertido en latigazo funky, el flow nasal de B-Real y un beat saltarín de Muggs la convirtieron en himno global. MTV quemó el videoclip, chavales de todo el mundo se aprendieron el estribillo y, de repente, Cypress Hill eran estrellas de listas. Y aun así, la canción seguía siendo rara, ahumada y 100% Cypress.

La segunda mitad se adentra aún más en esa bruma. “Hits from the Bong” es EL himno cannábico: Muggs samplea a Dusty Springfield para crear un colchón lisérgico sobre el que B-Real rinde culto a las pipas de agua. Ícono absoluto, divertido y descarado, el tema es prueba de cómo Cypress convirtió la cultura del cannabis en cultura pop sin suavizarla. “When the Sh– Goes Down” destaca con su groove minimalista y una narrativa callejera cargada de humor ácido: entre la amenaza y la filosofía stoner. “Cock the Hammer” mantiene la tensión con un beat amenazante, como la banda sonora de un callejón de madrugada. Y aunque no todos los cortes sonaron en la radio, piezas como “Lick a Shot” o “What Go Around Come Around, Kid” muestran la coherencia del disco: nada de relleno, solo capas de humo y calle. La secuenciación es clave: cuando termina el viaje, ya estás metido de lleno en su universo, con la cabeza oscilando y los ojos rojos.

Mirando atrás, Black Sunday no fue solo un éxito: fue un punto de inflexión. Debutó en el número 1 del Billboard 200, vendió más de 260.000 copias en su primera semana y superó los 3 millones solo en EE.UU. Hizo mainstream el rap fumeta mucho antes de que la legalización fuese tema político. Dio visibilidad a voces latinas en el hip-hop, abriendo camino a artistas como Kid Frost, Big Pun o Immortal Technique. Confirmó a DJ Muggs como productor visionario, influencia directa para RZA, Alchemist y una generación entera de beatmakers. Y demostró que el rap podía ser raro, psicodélico y, aun así, arrasar en todo el planeta. Treinta años después, todavía golpea con fuerza: los bajos truenan, los órganos embrujan, las rimas cortan.

Y si necesitas cuatro razones para escucharlo hoy mismo: uno, es la banda sonora definitiva del rap cannábico; dos, es una lección maestra en producción oscura y sampleada de la Costa Oeste; tres, es un capítulo esencial en la historia del hip-hop latino; y cuatro, es el disco que convirtió el humo en movimiento cultural. Pon el vinilo, prende lo tuyo si es tu rollo, y deja que Cypress Hill te devuelva a un domingo que sigue ardiendo con la misma intensidad. De lo contrario, llena eese vacío con tus auriculares y deja que las rimas ahumadas de Cypress Hill golpeen tu alma.